lunes, 31 de agosto de 2015

¿Por qué?

¿Por qué no nos dejamos ya de tonterías y empezamos a decirnos las cosas de frente? ¿Por qué seguimos escondiendo nuestros nombres entre metáforas? ¿Por qué no reconocemos que tenemos ganas de querernos?

Deja de meterte en mi mente cuando escribes y yo prometo dejar de ocultar tu nombre en estas líneas y de pedirte un beso entre tanto verso. ¿Podemos hacer las cosas fáciles por una vez?

Empiezo yo: reconozco que aún no te he olvidado. Es más, confieso que no quiero hacerlo. Está bien, besarte no es lo único que me apetece, o sí, pero no precisamente los labios. Me apetece beber de cada centímetro de tu piel y comerte con los ojos. Me apetece acariciarte con esa fragilidad que me enseñaste, desnudarte el alma y vivir a tu lado un segundo que dure cien años. 

Y sigo: me apetece poseerte. Me apetece hacerte llegar al éxtasis y que acabemos exhaustas de tanto querernos. Que me muerdas donde te plazca, que me susurres que no me detenga, que me aprietes contra tu cuerpo y que fundamos nuestras almas en un único ser. Y después de todo, después de una noche entre sábanas y sin tiempo, recostarte sobre mi pecho y acariciar cada onda de tu pelo. Me apetece ver el sol y quedarme para siempre durmiendo en tu ombligo. Me apetece ver el mundo desde dentro de tu abrazo y sentirme pequeña apoyada en tu regazo. 

Me apetece tenerte sin tapujos y sin miedos, desnudar mi coraza ante tus ojos y que veas hasta dónde llega tu recuerdo.

Y a ti: ¿qué te apetece?

No hay comentarios:

Publicar un comentario