domingo, 10 de enero de 2016

Antes de la primera luz del alba.

No quiero escribirte y, sin embargo, aquí me tienes, delante de una pantalla pulsando teclas al azar para decirte que te quiero sin que se note. Tampoco quiero pensarte, pero me he dado cuenta de que es absurdo no querer hacer algo que haces sin querer.

He salido a pasear de madrugada, antes de la primera luz del alba, para ser testigo del último suspiro de la luna. He echado a andar sin rumbo, vagabundeando por unas calles que me recuerdan a tu cuerpo, porque me conozco hasta el último de sus recónditos rincones. He conectado los auriculares y subido el volumen al máximo y aun así me ha sido imposible callar a mis pensamientos.

Me ha sido imposible desconectar con un viento que susurraba tu nombre, me ha sido imposible no romper el silencio de la noche con mis gritos; y cuando he querido darme cuenta, le estaba hablando al aire de ti. Cuando he querido darme cuenta, mi cabeza ya te había robado un beso y mi corazón había descompasado sus latidos.

Me he caído sin dejar de andar, sin dejar de perderme en el horizonte y sin sacar las manos de los bolsilllos para intentar amortiguar el golpe. Me he caído desde las nubes y me he roto el alma. Y ésta ha comenzado a sangrar. Entonces se han detenido mis pasos, mi cuerpo se ha desplomado sobre el banco más cercano y el horizonte, cada vez más borroso, ha decidido esfumarse.

Te he echado de menos, no sabes bien cuánto. He echado de menos esa cosa tan tuya de abrazarme casi hasta traspasarme el pecho, de apretarme contra ti y decirme en el más absoluto de los silencios que todo saldrá bien. He echado de menos sentir tus labios en mis mejillas y sentir, sin la necesidad de caer de nuevo, que puedo tocar el cielo.

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